La clase y la credibilidad del actor negro Sidney Poitier son su carta de presentación en. Al maestro con Cariño, una película de 1967 dónde representa a un ingeniero desempleado nativo de la Guyana inglesa, nuestra vecina y eterna zona en reclamación. Al personaje le toca matar un tigre como profesor de una secundaria en los suburbios de Londres. Allí se encuentra su verdadera vocación en el ambiente hostil de sus rebeldes alumnos. Por supuesto, que sin instructivo ONAPRE de por medio, todo termina con un final feliz. Los alumnos sonrientes y reformados en sus disposiciones hacia un futuro cierto y el personaje de Poitier rompiendo el sobre con la esperada oferta de trabajo como ingeniero porque desde ahora solo quiere ser maestro. ( Perdonen el spoiler pero es que 1967 está muy lejos).
La profesión más valorada y venerada en las sociedades más desarrolladas de la cultura oriental es la de los maestros. Y claro que ya adivinaron dónde el maestro es el más negreado, mal pagado y subestimado entre varias profesiones coñaceadas que sobreviven en la involución. Dónde más que a qué en el país de los vecinos del reclamo perenne del territorio Esequibo.
Cuántas vidas puede cambiar un maestro?. Las disputas internas de nuestra independencia hicieron de Andrés Bello un maestro migrante de aportes incalculables para la educación y la legislación chilena.
La pelazón colectiva ha obligado a migrar o a matar tigres al 40% de nuestros docentes.
Hoy un maestro venezolano gasta más en pasajes que su propio salario para llegar a su escuela.
“ y aquí va a estar una sala de computación… aquí…..” Recuerdo una directora con su suéter rojo romper en llanto tratándome de explicar un sueño en la distribución de su escuela de ladrillos sin techos y aulas con tela metálica de gallinero levantados con inimaginables sacrificios por la tubería via tulé, una de las zonas más marginales de Maracaibo.
Se me parte el alma mirando los rostros inocentes de esos niños y con la certeza que esto es algo muy común a lo largo y ancho de nuestra geografía.
En este olvido educativo hay tantos héroes desconocidos. En los últimos años me he encontrado a viejos maestros y profesores que sienten orgullo y una satisfacción inocultable al saber que conseguí un título universitario. Es un logro que alimenta sus estadísticas personales.
Un maestro de raza es un defensor de los últimos reductos de nuestra esperanza.
Mientras quede por lo menos un maestro que sueñe con el futuro de sus alumnos no todo está perdido.
Así que al maestro, con cariño, le digo. Gracias por enseñarnos a no rendirnos nunca.
Amos Smith