“El hombre tiene que establecer un final para la guerra. Si no, ésta establecerá un fin para la humanidad”, John Fitzgerald Kennedy.
Desgarradores, tristes y deplorables son cada día los partes de guerra que nos llegan de Ucrania, donde la barbarie de Vladímir Putín no mide ni le importa que su no provocada invasión sume en tres semanas de violencia el asesinato de 97 niños, además de un centenar de heridos desde que comenzó la invasión el 24 de febrero. Ellos, inocentes, son víctimas de la sed de poder de un demonio enemigo de la vida. En sus miradas parecieran gritar pidiéndole al mundo el fin de una agresión que podría costarnos a toda la especie humana una adelantada desaparición del plano terrenal. Esa barbarie hay que detenerla rogó el Santo Padre Francisco el domingo en su acostumbrada homilia en la plaza de San Pedro, adonde llegaron feligreses a escuchar “El Ángelus”.
En tiempos cuando la tecnología y superioridad numérica marca la diferencia entre los ejércitos ruso y ucraniano, —cual David y Goliat.—, la peor parte la ha llevado la población civil ucraniana donde la muerte de inocentes no podrá olvidarse ni ser justificada ante la humanidad por las tropas invasoras ni por las mentiras que dicen descaradamente, Vladímir Puntin, su ministro del Exterior, Serguei Lavrov o el embajador adjunto de Rusia ante la ONU, Dmitry Polyanskiy. Ellos han querido hacerle creer a usted y a millones de personas que las imágenes de muertos, heridos y destrozos son parte de montajes, uso de actores o que esos sitios los ocupan militantes extremistas ucranianos. Con un caradurismo que los delata han dejado entrever que el presidente, Volodomir Selensky, miente al denunciar un genocidio, crímen de lessa humanidad, que manchan de sangre las manos del jefe del Kremlin, cuando la prensa internacional ha revelado imágenes de ataques a colegios, hospitales, áreas residenciales y estructuras civiles como si se trataran de objetivos militares.
Víctimas de la barbarie del invasor lo fue Tatiana Perebeinis, madre de 43 años, asesinada junto con sus hijos Alise y Nikita de 18 y 9 años, respectivamente. Esa familia en su huida de la ciudad de Irpin fue alcanzada por fuego de mortero.
Que decir de la madre embarazada, —nunca indentificada— que estaba a punto de parir en una maternidad de Mariúpol, atacada por los rusos que tuvo que ser trasladada gravemente herida a otro hospital, donde su recién nacido bebé murió al igual que ella, a pesar de la media hora que emplearon los médicos para reanimarla. Ella y la criatura que sacaron a través de cesárea no eran actores ni terroristas como dicen los embusteros, mentirosos y asesinos funcionarios rusos.
Putin pensó en su imaginario enfermizo que someter a Ucrania era cosa fácil de pocos días, pero los fallidos cálculos de su estrategia militar diseñada por su generalato ha sido convertida
en mofa y en el hazmerreír de gobiernos y mandos militares de la Organización del Tratado del Atlántico Norte, OTAN. El presidente Zerlrndky lleva días pidiéndole a los gobiernos del mundo que se abra una exclusión aérea en los cielos de Ucrania y, si bien circunspecto como lo vemos a través de la TV, en su corazón de padre lleno de angustia busca evitar que la aviación militar y helicópteros artillados rusos continúen masacrando a la población civil como ha sucedido en ciudades, una de ellas, Mariúpol, donde las autoridades aseguran que las bajas civiles pasan las dos mil personas, incluidos menores de edad.
La Cruz Roja ha advertido que se avecina el “peor escenario” para cientos de miles de civiles en la ciudad ucraniana asediada, a menos que las partes acuerden garantizar su seguridad y el acceso a la ayuda humanitaria.
“Los cadáveres de civiles y combatientes siguen atrapados bajo los escombros o yacen a la intemperie donde cayeron”, han dicho representantes de esta institución mundial.
Dios permita que las conversaciones entre rusos y ucranianos lleguen a acuerdos inmediatos en favor de la vida y la paz mundial, so pena de no imaginarnos otros escenarios en los que toda forma de vida desaparecería de la tierra por la terquedad de Vladímir Putín, soberbio y arrogante que juega con el destino de más de siete mil millones de seres humanos. El peligro está allí. Hay un desquiciado mental que tiene a su alcance apretar o no un botón que cambiaría el destino del hombre. ¡Dios no lo permita!.
Por: José Aranguibel Carrasco / CNP-5003