Yo soy de los de esa especie en extinción que recuerda los tiempos de una cesta básica cubrida con holgura por un salario mínimo. Cuando un título universitario también podía certificar una vida decente y una oportunidad de salir de abajo., Cuando nuestra zona de confort eran ajenas a los maremotos,terremotos, derrumbes y caídas del piso que sostenían nuestra cotidianidad.
Para muchos, como las matanzas de las empresas bananeras en Cien años de soledad, que nunca existieron, no es posible creer que alguna vez, andábamos por la vida como en góndolas venecianas.
Como diría mi abuela en su estado más furico. De dónde salió esta gente tan puñetera que nos acostumbro a vivir en esta oscurana?
A veces me siento como James Stewart en La ventana indiscreta de Alfred Hitchcock, mirando las ventanas de mis vecinos en las redes sociales. Allí se puede ver de todo, es el gran inventario nacional. El exilio forzoso o voluntario con el pesado equipaje de las nostalgias, los que se quedan. Con quejas o sin quejas, los que intentan creer en algo o en alguien. Los que no creen en nada ni nadie. Los que piensan que la incertidumbre va para largo. Los que sienten, que como canta Héctor Lavoe, todo tiene su final.
Mi amor por el cine suele convertirme en un constructor de alegorías para este contexto de desmemorias que nos rodea. En Sueños de fuga de Frank Darabont un hombre inocente es condenado por el asesinato de su esposa. El preso personificado por Tim Robbins establece amistad con otro condenado encarnado por Morgan Freeman, dueño de una desilusión y escepticismo solo comparable al que acompaña a la mayoría de la población venezolana dentro y fuera del país por estos días.
El asunto es que después de pasar unas cuantas penurias, el personaje de Robbins se encierra en la oficina del Director de la cárcel y en un tocadisco pone a escuchar a toda la población penal Las bodas de Figaro de Mozart. El poder de la música hace libres a todos por un instante. En off se escucha la voz profunda del personaje de Freeman. Las cosas buenas no hace falta entenderlas.
Vivimos entre la esperanza y la resignación y tenemos una hegemonía minoritaria y decadente que apuesta a la conformidad para seguir prometiendo utopías no renovables.
Ahora se plantea la figura de un revocatorio abundante en conchitas de mango que augura un largo y tortuoso camino de divisiones y de arácnidos venenosos y depredadores.
Yo creo que lo que debemos unir es la gran arrechera nacional y en homenaje a todo este tiempo perdido, a las innumerables mentiritas frescas y podridas, a la infinita fortuna sustraida, a la inmensidad de la miseria repartida y a la involución absoluta.
Mi posición es clara y enfática. Votaré con o sin condiciones para apabullar este retraso histórico, para salir de los gestores de este desencuentro con el futuro con nuestra nación. Ese día tendrá hora y fecha en el calendario y será el día que la esperanza me vuelva loco. Hágase nuestra voluntad.
Por: Amos Smith