Luego del buen resultado en Barinas, los diferentes sectores de la oposición se debaten entre la activación inmediata de un referendo revocatorio y esperar a 2024 cuando deben realizarse elecciones presidenciales, posiblemente con Nicolás Maduro buscando un tercer período en línea con la moda continuista que caracteriza a América Latina después de 1999.
Los defensores del referendo revocatorio señalan, en esencia, que este es un camino democrático para obtener un cambio político, incluso dentro de los parámetros constitucionales; sin embargo, los detractores cuestionan básicamente el proceso de activación, ya que se requeriría un acuerdo previo con el gobierno sobre las condiciones que aplicarían a la consulta.
Este último argumento alude a las posibilidades de bloqueo que tiene el oficialismo para la convocatoria de un revocatorio, mientras que las presidenciales implican una obligación inescapable, aún cuando un Consejo Nacional Electoral con mayoría oficialista tiene un margen amplio para imponer condiciones que deterioren la competitividad de los comicios.
Tras el resultado en Barinas, las redes sociales han sido el centro del debate que, fundamentalmente, ha constituido un intercambio de críticas y cuestionamientos a los cambios de posición de algunos actores opositores, que antes llamaban a no votar sin condiciones y que ahora reivindican la victoria en el estado llanero, no sin alguna razón, ya que el gobernador electo, Sergio Garrido, es un activo de la Mesa de Unidad Democrática (MUD) como secretario general de Acción Democrática-Ramos Allup en la región.
«Hubo un voto contra el gobierno, contra Chávez, contra Maduro», explicó el politólogo Benigno Alarcón. «Todo lo que salió mal el 21 de noviembre se minimiza con el triunfo de Barinas, le termina dando oxígeno a la oposición», añadió, en relación a esa elección, en la que el chavismo conquistó la alcaldía de Caracas y 19 de 23 gobernaciones, indica una nota de AFP.
Para Luis Vicente León, director de la firma Datanálisis, el cambio en Barinas tiene mucha «simbología». «Está rescatando el voto como herramienta de lucha en lugar de la abstención».
La oposición se negó a participar en las elecciones presidenciales de 2018 y legislativas de 2020 por falta de condiciones. Y, cuando decidió acudir a las regionales en 2021, el líder opositor Juan Guaidó no votó argumentando la misma razón. Pero con Barinas cambió su posición, llamó a movilizarse y participó en la campaña, señala AFP.
Lo que deja Barinas
Básicamente, las «lecciones» que deja Barinas no son nuevas: el voto es una herramienta política útil y con capacidad de movilización, y que, en un país polarizado en bloques, la unidad opositora es indispensable para enfrentar al sector gubernamental, mucho más homogéneo, aunque no exento de graves conflictos internos que el propio Nicolás Maduro ha reconocido como «heridas».
Ciertamente, el Partido Socialista Unido de Venezuela (PSUV) es una fuerza hegemónica -ese fue el diseño del expresidente fallecido Hugo Chávez, quien defendía la tesis de un partido único de la revolución- pero el resto de sus aliados son apenas siglas para los tarjetones, salvo el díscolo Partido Comunista de Venezuela (PCV), cuyo apoyo al proceso bolivariano se ha hecho más condicionado por desacuerdos con las medidas económicas adoptadas por la administración de Nicolás Maduro.
Sin embargo, la realidad es que el resultado barinés no puede ocultar la crisis en la que se encuentra el sector opositor, por la desconexión casi absoluta entre los bloques que la conforman. Aunque el pasado #9Ene, partidos de la Alianza Democráctica apoyaron a Garrido para consolidar su triunfo, lo cierto es que las diferencias estratégicas en el antichavismo son de calado.
Para entender el panorama hay en esencia dos posiciones: mantener una postura de lucha radical contra el chavismo, por lo que resulta indispensable mantener la estructura del «gobierno interino» para mover la solidaridad en exterior y el bloqueo internacional -básicamente, estadounidense- contra el gobierno de Maduro; mientras que la otra plantea una política de diálogo con el chavismo que contribuya a focalizar la lucha política en los problemas nacionales y a producir condiciones que permitan un cambio político pacífico y ordenado.
Ambas posiciones tienen fortalezas y debilidades, pero el principal problema es que se defienden de manera mutuamente excluyente, sin tender puentes y, además, defendidas con mutuas acusaciones, por un lado, de «entreguismo» y «colaboracionismo» y, por el otro, de corrupción en la gestión de activos externos del país.
El profesor y director del Centro de Estudios Políticos y de Gobierno de la Universidad Católica Andrés Bello, Benigno Alarcón, le puso nombres y apellidos a estas tendencias: «En este punto se prevé un reordenamiento de las oposiciones en 2022, con un ala radical conformada por partidos como Voluntad Popular, Copei, Proyecto Venezuela, Causa R y Ciudadanos, y un ala moderada integrada por la Alianza Democrática, UNT, la AD de Bernabé Gutiérrez y probablemente Primero Justicia».
¿El RR es posible?
El referendo revocatorio luce francamente cuesta arriba. En principio, porque es promovido por grupos pequeños e individualidades. Para utilizar la nomenclatura del profesor Alarcón, el «ala radical» de la oposición parece ver en la convocatoria del RR una posibilidad real de removilizar al país y acelerar una transición; y ya Juan Guaidó ha dejado ver que está dispuesto a ser parte de un acuerdo amplio que podría impulsar su convocatoria.
“La activación de un proceso electoral en condiciones competitivas debe pasar por un acuerdo porque si no nuevamente será un falso dilema y la dictadura jugará con los tiempos del venezolano que es de hambre, dolor y muerte. Eso es un lujo que no nos podemos dar”, dijo el pasado 5 de enero.
Y añadió: «Nos toca tomar decisiones como por ejemplo el famoso referendo revocatorio, la elección presidencial, el Acuerdo Integral; son decisiones que le corresponden a la Unidad no a un grupito que quiere empujarnos a todos en una ruta con fines e intereses personalísimos. El tema a discutir es el proceso a activar».
Alarcón escribió sobre este asunto: «el referendo revocatorio puede terminar convirtiéndose en la línea divisoria entre la oposición porque traza un rayado en la cancha que va a ser difícil de no ver, debido a que el nivel de aprobación para que se haga fue de 80% en julio de este año. La realidad es que el referendo va a tener muchísimo apoyo. Habrá una oposición que lo promueva y probablemente habrá otra oposición que va a preferir esperar a 2024, que no se opondrá de viva voz, pero mantendrá silencio o una posición tímida, mientras la otra buscará confrontar”.
En el terreno práctico, más allá de su pertinencia política -cuyo debate puede ser muy complicado-, convocar un referendo revocatorio tiene diversos problemas:
- El primero es la falta de un reglamento que fundamente la convocatoria y para que exista es necesario un acuerdo político que involucre a la mayoría del Consejo Nacional Electoral. El Movimiento Venezolano por el Revocatorio (Mover) anunció en noviembre una propuesta de reglamento.
- La activación requiere 4.231.975 firmas de votantes inscritos en el Registro Electoral Permanente, equivalente a 20 % del censo electoral vigente. Las firmas deben ser recogidas por el Consejo Nacional Electoral y deben ser validadas con captahuellas.
- Las condiciones generales de realización deben ser pactadas con el chavismo.
- La división política y estratégica de la oposición, lo que restaría capacidad de movilización y convocatoria a este eventual referendo revocatorio.
Barinas es un evento importante, pero no debe ser puesto fuera de contexto y, en consecuencia, no debe fundamentar por sí solo decisiones estratégicas en el campo opositor. Más allá del rechazo y la debilidad política que, no solo este resultado, sino la pérdida importante de votación en todo el país por parte del chavismo, hay que reconocer el entorno en el que se dieron las elecciones del domingo pasado.
La presión concreta y acuciante que el chavismo gobernante reconoce es el bloqueo estadounidense y ha quedado claro con el desenvolvimiento de las negociaciones de México. La extradición de Álex Saab fue una señal para el gobierno de que Washington no cambiaría de posición al ritmo de los acuerdos mexicanos; en consecuencia, el Ejecutivo entendió que poco o nada puede conseguir en el proceso. Maduro lo dijo: «cuando nos sentamos con la oposición radical, entendíamos que estábamos negociando con Estados Unidos».
En consecuencia, para Maduro conseguir alguna legitimidad democrática a escala internacional es una ganancia, porque el gobierno de Estados Unidos tiene presiones por cambiar su política sobre Venezuela, especialmente provenientes de sectores corporativos y financieros, en el frente interno, así como de otros países.
La oposición deberá tomar decisiones difíciles en lo que resta de año, ya que enfrentará un debilitamiento grave del apoyo internacional, si las proyecciones electorales en Brasil y Colombia se cumplen, además que una posible recuperación económica interna puede reflotar en alguna medida al gobierno de Nicolás Maduro en términos políticos.
Mostrarse dividido y desarticulado puede ser aún peor en el futuro próximo para el antichavismo; sin embargo, Barinas parece haber dejado más espacio para la controversia que para la unidad.
Por: Agencia