El indígena brasileño Aruká Juma tenía entre 86 y 90 años cuando este miércoles murió por complicaciones del coronavirus en la UCI de un hospital de Porto Velho, una ciudad incrustada en la Amazonia, a 120 kilómetros por carretera y dos horas en barco de su aldea.
Su fallecimiento, como los 1.150 registrados en esa jornada en todo Brasil, fue una tragedia para sus allegados, pero Aruká era también el último varón del pueblo juma, memoria viva de saberes ancestrales y superviviente de una matanza para exterminar a los suyos. Las tres hijas que deja son las últimas de un pueblo que en el siglo XVIII tuvo entre 12.000 y 15.000 miembros.
Una insuficiencia respiratoria aguda combinada con una infección hizo que el anciano no superará la enfermedad, según el diario digital Amazonia Real. De joven sobrevivió con otros seis jumas a una masacre perpetrada por encargo de comerciantes interesados en el caucho y las castañas de su tierra, según la detallada información del Instituto Socioambiental sobre cada una de los cientos de etnias de Brasil. Cazados como si fueran monos, murieron unos 60 indígenas. Fue el último intento de exterminio masivo que sufrió esta tribu, descrita por los cronistas como antropófagos, perversos y feroces, y contactada a mediados del XX.
El antropólogo Edmundo Peggion conoció a los últimos juma en los noventa. “Aruká era el último hombre juma que tenía memoria de las maneras de cazar, los modos artesanales propios de su pueblo. Existe un consenso en la región, entre los indígenas kagwahiva, de su importancia para la memoria colectiva”, explica el profesor de la Universidad Estatal Paulista (Unesp) en una entrevista telefónica. Kagwahiva es el grupo lingüístico al que pertenecen los juma. “Él era reconocido como un amóe, un título de respeto”, que quiere decir abuelo en tupí guaraní.
Por Agencia