En 2020, tres investigadoras de la Universidad de Twente (Países Bajos) se preguntaron cómo afecta mentir a nuestra autoestima para arrojar luz sobre una cuestión repleta de interrogantes. ¿Impacta la falsedad deliberada sobre esas valoraciones que todos hacemos de nosotros mismos? ¿Provoca que nos sintamos peores personas? ¿Nos deja indiferentes?
“Nos pareció interesante y paradójico que, siendo un comportamiento que la mayoría juzgamos como inmoral, se dé con tanta frecuencia”, relata Marielle Stell, coautora de una serie de cuatro estudios publicada el pasado diciembre por la Sociedad Psicológica Británica con el nombre de Los costes de mentir.
La investigación vincula deshonestidad y autopercepción en una variedad de contextos, diseccionando mentiras piadosas y malignas, graves e insignificantes, actuales y pretéritas. Sus participantes recordaron episodios típicos donde suele aflorar el engaño, como en una entrevista de trabajo, un amigo que nos pide opinión sobre su nuevo corte de pelo.
Trajeron a su memoria situaciones personales con alto peso emotivo en las que fueron confrontados al dilema de decir o no la verdad. Los 200 individuos de la muestra también registraron por escrito las mentiras comunicadas durante su día a día.
Tras toda esta amalgama de escenarios, los datos se revelaron concluyentes: mentir conlleva, en promedio, caídas significativas de la autoestima, medida según el famoso test —aún de uso común— ideado en la década de 1960 por el sociólogo estadounidense Morris Rosenberg.
El hallazgo de Los costes de mentir va en consonancia con otros descubrimientos similares. “Existe una evidencia bastante sólida de que la mentira está asociada a una peor salud mental”, apunta Christian Hart, coautor de Grandes mentirosos (Big liars, editado por la Asociación Psicológica Americana, sin versión en castellano) y director del Laboratorio del Engaño Humano de la Universidad de la Mujer de Texas (EE UU).
Tras años entrevistando a miles de individuos, Hart y sus colaboradores han concluido que esquivar la verdad redunda, sobre todo, en un aumento de la ansiedad. En especial cuando la falsedad se ejerce de manera sistemática y con intenciones egoístas. “Vivir así obliga a hacer cálculos constantes, cubriendo la mentira inicial con otras posteriores, evaluando qué sabe o no la otra persona. Esto supone una enorme carga cognitiva que dispara nuestros niveles de estrés”, explica Hart.
La mentira como estilo de vida
Un metaanálisis dado a conocer en 2015 por investigadoras de las universidades de Harvard y Berkeley (ambas en EEUU) sintetizó los efectos de la mentira sobre nuestro cuerpo. Esta produce claros incrementos del ritmo cardíaco y en la liberación de cortisol (la llamada hormona del estrés), según el estudio. En sentido opuesto, la honestidad tiende a generar niveles más elevados de oxitocina, una hormona vinculada a sensaciones de bienestar y relajación.
En otro estudio de 2012 liderado por Anita Kelly, de la Universidad de Notre Dame (EEUU), se pidió a un grupo de personas que no mintieran durante 10 semanas. La prohibición se tradujo, para muchos, en no exagerar logros cotidianos o no poner falsas excusas ante pequeñas faltas, como llegar tarde a una cita.
En comparación con el grupo de control, que no recibió instrucciones, los no mentirosos reportaron al final del experimento significativamente menos tensión, melancolía y otras emociones negativas.
Para Christian Miller, director del Proyecto Honestidad en la Universidad Wake Forest (EE UU) y autor de obras en las que aborda las repercusiones psicológicas de la mentira (y de otros actos deshonestos como robar o hacer trampas), solo cabe detectar un daño notable en las personas que maltratan la verdad de forma habitual.
“Son aproximadamente el 5 % de la población”, afirma. Para el mentiroso patológico, explica Miller, “está permanentemente en juego su reputación, la confianza que otras personas depositan en él, el miedo a que le pillen. Esto puede desencadenar y perpetuar graves cuadros de ansiedad”. Como una madeja de embustes in crescendo que, a la larga, convierte a la verdad en una amenaza constante.
Por: Agencia