Entre la medianoche y la madrugada de este jueves las calles de Buenos Aires se cubrieron con el estruendo metálico que genera golpear utensilios de cocina contra cacerolas. Acompañados por bocinazos y bajo el grito de “¡El pueblo no es casta!”, centenares de personas rodearon la sede del Congreso de la Nación, en Buenos Aires, para protestar contra la terapia de choque económica decretado por el presidente Javier Milei.
Armado con una cuchara de madera y una cazuela vieja, Darío, un trabajador ferroviario de 55 años, observaba con un gesto de aprobación a los manifestantes que se colgaban de las rejas del Parlamento para arengar a la multitud cercana. Su indignación como ciudadano y como trabajador lo había llevado hasta ese lugar, confesó a EFE.
“Las medidas que anunció Milei por decreto, tras cumplirse cuarenta años de democracia, es una cosa impensada en la Argentina. Sentí en mi corazón la necesidad de estar acá para mostrar mi desaprobación. Estoy lleno de alegría por ver que miles de argentinos han sentido lo mismo”, expresó.
Durante la tarde del miércoles, unas tres mil personas, convocadas por organizaciones sociales y de izquierda, tomaron bajo la atenta mirada de una muralla policial la Plaza de Mayo para así mostrar su aversión a las políticas de ajuste del Gobierno ultraliberal, detalla EFE.
Por la noche, Milei apareció en una cadena nacional de television rodeado de su gabinete en pleno para anunciar un plan de desregularización de la economía y el sector público con más de 300 medidas que desregulan leyes y normas, aunque se limitó a leer sólo treinta de ellas. El descontento por los nuevos anuncios cundió rápidamente.
“¡Unidad, de los trabajadores! Y al que no le gusta, ¡se jode!”, fue otra de las consignas repetidas por la multitud que llegó hasta el Parlamento y permaneció allí hasta altas horas de la madrugada.
Para Juan Ignacio, un abogado previsionalista de 31 años, lo que empezó como una breve muestra de hartazgo en la esquina de su casa antes de irse a dormir, se transformó en una procesión que abarcó una veintena de cuadras, desde el barrio porteño de San Telmo, hasta la Plaza del Congreso en Balvanera.
“Arrancó en la esquina, pero junto a mi novia y unos vecinos empezamos a marchar para acá. Las medidas horrendas que acabamos de escuchar, como la derogación de la ley de Góndolas, son una vergüenza. Este tipo (por Milei) vino a arrasar con los derechos de los trabajadores y el pueblo”, relataba a EFE, mientras golpeaba con tenedor una olla usada.
Leyes simples como la de góndolas, la de alquileres y la de abastecimiento, aprobadas durante el mandato del expresidente Alberto Fernández (2019-2023), apuntaban a regular el mercado de las necesidades básicas de la clase media. También han sido las primeras en ser derogadas por el decreto de urgente necesidad (DNU) firmado el miércoles por Milei.
Tras ver el anuncio presidencial por televisión, Natalia, una informática de 30 años, decidió seguir el ruido que generaban los autoconvocados y unirse a la marcha. Ella deposita sus expectativas democráticas en los diputados y senadores de Argentina.
“Después de las elecciones, lo primero que pensé fue: tenemos un Congreso diverso que traerá debates interesantes. Entendemos que tiene que haber reformas, pero gobernar un país es gobernarnos a todos”, reflexionaba anoche.
Las protestas, surgidas de manera espontánea, se multiplicaron en distintos barrios de la ciudad, así como en la periferia del conurbano y la ciudad de La Plata, capital de la Provincia de Buenos Aires. En todos los casos, la Policía evitaba esas zonas como si fuesen radioactivas.
Nilda, empleada administrativa, sostenía una cazuela con una mano y a su nieto en el otro brazo. El pequeño chocaba tenedores contra el pote.
“Estoy defendiendo a la patria, las medidas anunciadas son fórmulas terribles de Gobiernos anteriores que nos llevaron al fracaso, no queremos volver cuarenta años para atrás con todo lo que hemos conseguido”, decía.
La muchedumbre continuaba agolpándose contra los alrededores de la sede del Poder Legislativo. Belén, una docente de 41 años, salió con sus amigas a apoyar el rechazo contra las “medidas que avasallan al pueblo”.
“Esto no tiene que ver con el impacto individual, sino con el golpe que producirá en la sociedad en la que vivo; aunque a mí no me cambie la vida, se la puede destruir al que está al lado mío”, comentaba.
Algo similar opinaba Carlos, técnico en electrónica y casero, quien no ocultaba su temor de que la derogación de la ley del sector acabe echando a sus inquilinos a la calle: “A mí no me afectan, no tengo problemas económicos, pero tengo tres departamentos y seis cocheras, por la desregulación de los alquileres, mis inquilinos van a tener que irse”.
Los cacerolazos son el símbolo por excelencia de los argentinos, que recuerdan el principio del fin de una sociedad saturada por las crisis económicas. Nacieron durante las protestas de 2001, que se saldaron con 39 muertos y la renuncia del entonces mandatario Fernando De la Rúa (1999-2001).
Las reminiscencias del pasado se hacen presentes mediante el ruido hueco que produce el metal en manos de los atormentados ciudadanos, en sus voces de desaprobación hay temor y ansiedad generalizada, pero también esperanza de un cambio verdadero.
Por: Agencias / Foto: Cortesía