En las pequeñas islas de la Magdalena, en el golfo de San Lorenzo, los senderos se hunden, los acantilados retroceden y las dunas de arena desaparecen, dejando las casas vulnerables a los embates de las olas.
El archipiélago, que forma parte de la provincia de Quebec, en el este de Canadá, está en una carrera contra el tiempo para sobrevivir al calentamiento global.
«Las islas de la Magdalena están en primera fila cuando se trata de los cambios que se están produciendo. Somos minúsculos ante la inmensidad de todo esto«, dice Mayka Thibodeau, de CERMIM, un centro de investigación centrado en el desarrollo sostenible.
Los cambios vienen rápidos y sin contemplaciones. Los aproximadamente 13.000 residentes de este archipiélago tiemblan ya que deben adaptarse pronto y de forma radical en las próximas décadas para sobrevivir.
Las pintorescas costas de las islas ya se han erosionado, retrocediendo un promedio de medio metro al año, según un estudio de la Universidad de Quebec en Rimouski (UQAR).
Es una cifra que le importa a Diane Saint-Jean y su pareja, ya que viven en la costa y les preocupa que la próxima gran tormenta pueda arrastrar su casa al agua.
«Fuimos bastante ingenuas, estábamos seguras de que habría una solución. Pero la naturaleza demostró que estábamos equivocadas«, dice Saint-Jean, con voz temblorosa mientras mira los acantilados cercanos, que están desapareciendo lentamente.
Las dos mujeres viven en La Martinica, una estrecha franja de territorio que une las dos islas principales del archipiélago.
Han gastado miles de dólares para reforzar el acantilado al pie de su jardín, pero en septiembre de 2022 el huracán Fiona golpeó con fuerza y se llevó las rocas que habían colocado para proteger su propiedad.
«Nos despertamos una mañana y nos dimos cuenta de que habíamos tirado nuestro dinero. Pero, ¿qué podemos hacer?», se lamenta Saint-Jean, enfermera jubilada.
Trabajos de emergencia costosos
La erosión es un tema delicado para la mayoría de los residentes de las islas de la Magdalena, que se poblaron en el siglo XVIII y se encuentran a más de cinco horas en barco de la Canadá continental.
Todos recuerdan lugares que ya no existen, especialmente las casas que tuvieron que ser trasladadas debido al riesgo de inundación.
La situación es un dolor de cabeza para las autoridades locales, que invierten millones de dólares en obras de emergencia.
En Cap-aux-Meules, parte de la pasarela peatonal se derrumbó en 2018, dejando el hospital, una residencia de ancianos y un cementerio sin protección ante las peligrosas olas.
El año pasado, las autoridades locales construyeron una enorme playa de grava, utilizando 143.000 toneladas de piedras a lo largo de un tramo de 800 metros para elevar la línea de costa. No era la primera vez que se recurría a esta táctica.
«Existen soluciones, pero son extremadamente costosas y hay que mantenerlas. Así que cada vez que intervenimos, es una carga fiscal para el futuro«, explica Jasmine Solomon, quien monitorea la erosión para el gobierno local. «Es probable que no podamos proteger todo. Hay lugares que tendrán que cambiar, eso es seguro«.
Hielo que se desvanece
En los últimos años, los fenómenos meteorológicos extremos se han vuelto más frecuentes y devastadores como consecuencia del cambio climático.
Las islas de la Magdalena están perdiendo una de sus defensas más importantes en invierno: el hielo. Siempre sirvió como una especie de escudo y sin él las costas quedan completamente expuestas cuando azotan tormentas fuertes.
Con cada ciclo de congelación y descongelación, los acantilados de arenisca roja se desmoronan más fácilmente.
«Una tormenta puede borrar una duna, un acantilado o incluso abrir una brecha» en la costa, dice Marie-Eve Giroux, directora de la organización medioambiental local Attention Fragiles.
Además de crear conciencia sobre los problemas ecológicos en las escuelas locales, su grupo trabaja en la restauración de las dunas, especialmente replantándolas con pasto de playa, que ayuda a mantener la arena en su lugar mientras sus raíces crean una red natural.
Muchas veces, las dunas son la única defensa de la costa frente al oleaje.
Las islas corren el peligro de perderse debido a la crecida de las aguas, un destino compartido por otras zonas bajas del mundo.
«Debemos contemplar todos los escenarios realistas y no esconder la cabeza bajo la arena«, dice Thibodeau. «No solo queremos soportar lo que está por venir. Queremos ser parte de la solución«.
Explica los numerosos proyectos realizados por CERMIM para restaurar las playas, incluido el uso de conchas de moluscos para hacer concreto. La idea es convertir las islas en una especie de laboratorio viviente en la batalla global contra el cambio climático.
Para Marianne Papillon, médica y asesora de salud pública, ha llegado el momento de actuar.
Papillon asumió un trabajo relativamente nuevo: abordar problemas relacionados con el cambio climático. «Debemos hacer algo colectivamente. La acción individual no tendrá sentido si todo el mundo no está a bordo«, explica.
«Ante las tormentas que estamos viendo, las personas deben establecer un vínculo mental con el cambio climático. Deben sentirse más involucrados y personalmente comprometidos, sin estresarse demasiado por todo esto«.
Por: Agencia