En medio de dunas, un grupo de pioneros transformaron el desértico Valle Imperial en una meca agrícola en el sur de California gracias a la ingeniería y al río Colorado. Pero tras un siglo de abundancia, una sequía histórica coloca a los agricultores como principal blanco de una guerra por el agua.
El Valle Imperial es un tapiz de tonos verdes que, junto con la ciudad de Yuma, en Arizona, produce la mayoría de los vegetales que Estados Unidos consume en invierno, y mueve más de 2.000 millones de dólares anuales en ventas.
La abundancia en esta región seca, que en verano registra temperaturas abrasadoras, sólo es posible gracias al agua que del río Colorado que llega a través de los 130 kilómetros del All-American Canal.
«Sin eso, esto sería un desierto», dice Andrew Leimgruber, cuarta generación de una de las primeras familias en asentarse en el lugar.
El Colorado provee agua a 40 millones de personas de siete estados del oeste estadounidense y a una parte de México. El crecimiento urbano ha aumentado la demanda al tiempo que la sequía, exacerbada por el cambio climático, reduce sus embalses a niveles récord.
«Esto nos ha puesto un blanco en nuestra espalda», dice Leimgruber, mirando sus cultivos de lechugas bañados por rociadores activos durante horas.
El valle tiene derecho a unos 38.200 millones de metros cúbicos de agua, la mayor parte de la cuota de California, y un volumen superior al que reciben Nevada y Arizona juntos.
La disparidad ha generado fricciones entre los estados. Ante la falta de acuerdo, Washington ha intervenido para redefinir las prioridades del oeste y cómo se va distribuir la cada vez más escasa agua del río.
Para los agricultores lo que está en juego es el trabajo de un siglo y la seguridad alimenticia de Estados Unidos. Para las autoridades de estados vecinos, las condiciones de vida de millones de personas que dependen de este suministro.
«No vamos a sacrificar a nuestra comunidad por el desarrollo urbano», advierte Tina Shields, del Distrito de Irrigación del condado Imperial. «Nuestros agricultores están comprometidos con ser parte de la solución, pero no son la solución».
«Cultivamos medio millón de acres por año, esto es crucial para nuestra economía y para nuestra comunidad», agrega. «Deshacerse de nosotros se volvió una especie de solución fácil (…) pero se equivocan al no tomar en cuenta que alimentamos al país».
«Exportando el agua»
Atrapados entre médanos y vastas extensiones de tierra seca, los cultivos emergen en el valle como un oasis verde.
Son delimitados por canales a través de los cuales el agua corre. El silencio es interrumpido apenas por rociadores que riegan las plantaciones, así como por los camiones cargando la alfalfa, alimento del ganado.
Estos cultivos ocupan alrededor de 30% del valle. Con varias cosechas al año, consumen buena parte del agua que llega del río.
Parte de la cosecha es exportada: «Lo que algunos ven es que estamos exportando nuestra agua para China», dice un capataz de una hacienda que no quiere identificarse.
Pero Leimgruber afirma que sólo 15% de la producción local sale del país y el resto va al mercado doméstico.
«California es el principal estado productor de lácteos del país, y eso es debido a la capacidad del Valle Imperial para sembrar alfalfa», dice.
«Usamos mucha agua, ¿la utilizamos bien?», cuestiona el agricultor. «Muchos estadounidenses no creen que sea posible ver los estantes vacíos, pero son áreas como esta las que garantizan que el país esté alimentado y creo que eso tiene que ser protegido».
«Dependemos de esto»
El condado Imperial es uno de los más pobres de Estados Unidos y la agricultura es una de las principales fuentes de empleo.
Trabajadores rurales, la mayoría latinos, vienen de condados vecinos y de México, a unos 40 kilómetros.
«A pesar de todo, aquí trabajo no ha faltado», dice Ramón Cárdenas, que trabaja en el valle hace tres décadas.
«Nosotros dependemos de esto», comenta señalando a la cuadrilla que avanza velozmente empaquetando lechugas, mientras un corrido mexicano retumba en un parlante.
Cárdenas espera que las cosas no cambien en el valle, que alberga unas 400 haciendas.
Reducir los cultivos o alquilar las tierras para generación de energía solar, una alternativa que algunos propietarios en este desierto han abrazado, dejaría al condado sin empleos y no aprovecharía el máximo potencial de la tierra, dice Leimgruber.
«La gente no entiende cuan productiva es esta tierra», comenta. «No puedes sembrar estos tipos de cultivos en el medio oeste, si fuese posible, ya lo habrían hecho».
Por: Agencia