Las leyes del libre mercado afectan hasta a las cuestiones más sacras y cientos de tiendas hacen el agosto al calor del Vaticano vendiendo recuerdos y minucias con cada evento pontificio. Sin embargo, la muerte de Benedicto XVI pasa sin pena ni gloria por sus estanterías. Es el papa sin suvenires.
Los turistas que vienen a Roma suelen husmear y cargar en estos puestos donde se acumulan todo tipo de baratijas con las efigies de los pontífices: rosarios de presuntos metales, plaquitas, imanes, postales, dedales, vasos y un sinfín de ocurrencias dirigidas a atiborrar el suculento mercado turístico de la capital italiana.
El predilecto sin duda es el santo Juan Pablo II, cuya imagen se imprime -en resoluciones más que cuestionables- en cualquier lado, al igual que Francisco, mientras que el papa que reinó entre ambos, Benedicto XVI, está prácticamente desaparecido en estos negocios.
El altar del suvenir
Ni siquiera su muerte, el sábado con 95 años, o su capilla ardiente, que atrajo a decenas de miles de personas al Vaticano, le ha elevado a los plásticos altares del “souvenir”, donde su demanda “siempre” fue baja, según comentan los comerciantes.
Aunque los dueños de estas tiendas, siempre pendientes a las fluctuaciones del mercado turístico, se pertrechan ya de cara al funeral del jueves. Pero tampoco mucho, no vaya a sobrar.
“En estos momentos, por como están las cosas, tiene poco o nada de mercado. También estamos en Navidad y las fábricas no han producido objetos, pero tampoco hay una gran demanda de lo poco que ya tenemos”, asume Cesare, tras el mostrador de uno de estos puestos desde 1996.
En la tienda no hay ni un alma y él se entretiene preparando unas bolsitas con rosarios de madera y la foto del papa alemán. “Llegar después de Juan Pablo II le penalizó”, opina, incapaz aún de olvidar el multitudinario y provechoso funeral de Wojtyla en 2005.
El negocio de Elisa anuncia en su letrero “objetos sagrados”, pero en su escaparate solo cuelgan dos austeras estampitas con oraciones de Benedicto XVI al precio de 1,50 euros. “Trabajo en este sector desde hace muchos años y nunca hubo una gran demanda”, secunda.
“Esperemos que ahora que hay bastante gente logremos vender lo que tenemos sobre su pontificado”, augura, para subrayar después que ha realizado un pedido a fábrica para tener algún que otro recuerdo más en el funeral del jueves, al que se espera que asistan unos 70.000 fieles.
Lo mismo ha hecho Gabriele en la tienda en la que trabaja frente a la puerta vaticana de Santa Anna. “Estamos vendiendo muy poco pese a su muerte, quizá porque no gobierna desde hace muchos años y puede que mucha gente lo haya olvidado. Hay muy poca demanda”, lamenta.
Un futuro museo de los Papas
Un caso distinto es el de la Galería Arte Poli, que ofrece cuadros y esculturas preciadas en el pintoresco barrio romano de Borgo, entre la Santa Sede y el río Tíber, y en cuyo escaparate luce una de las últimas túnicas talares de Benedicto XVI como pontífice.
Dentro, Ivan Marsura trabaja en la apertura futura de un “Museo de los Papas” enriquecido con los enseres pontificios que recabó en los últimos 18 años como 600 objetos, unos mil autógrafos y 17.000 fotos históricas vaticanas, entre otros tesoros.
En este futuro museo, cuyos beneficios irán “íntegramente” a obras de beneficencia, según promete, el recuerdo del pontífice alemán ocupará un lugar más que destacado.
“Exponer y hacer ver a la población estos objetos es un modo de acercar a la gente a conocer la historia de los papas. Creo que todo objeto narra un aspecto de la vida de una persona, por lo que era muy importante recoger este material para que no se perdiera”, afirma Marsura, que acudirá al funeral con una pancarta para pedir que Ratzinger sea declarado “Doctor de la Iglesia”.
Mientras los comerciantes hacen cuentas, los restos de Benedicto XVI, reconocido intelectual y autor de auténticos superventas sobre Jesús de Nazareth, siguen en la basílica de San Pedro, visitados cada día por miles de fieles antes de su eterna sepultura.
Por Agencia