Antes del fallido y exitoso golpe de Estado de 1992, en las librerías del país los libros sobre marxismo y demás yerbas aromáticas de la izquierda latinoamericana parecían condenadas a la sección de remates y al melancólico recuerdo de algo utópico. Estábamos destinados a ser la Qatar del Sur y éramos los mayores fans de Mickey Mouse, el ratón del que muy pronto se le vencen los derechos de autor al imperio Disney. Entonces algo sucedió. Se dividió la visión del país entre la simpleza perceptiva de algo mejor y algo peor. Del buen salvaje al buen revolucionario. Un libro editado por Monte Ávila en 1976 y escrito por un Carlos Rangel acusado de reaccionario por el sarampión de la época se ha redimido, por lo menos ante mí, con el correr inexorable de estos tiempos de cambalache.
Allí se desnudan los mitos de la identidad latinoamericana levantados a lo largo de los años por las clases intelectualosas del nacionalismo y el socialismo.
Para intentar esclarecer el embrollo en el que estamos metidos. Se retrata al buen salvaje a los pobladores originarios de la Suramérica cuyos valores puros originales fueron corrompidos por la influencia de la sociedad occidental. La conquista española que nos hacía el desconsiderado trueque de oro por espejitos.
Es innegable que a lo largo de nuestra historia hemos llevado palo parejo, pero también es cierto que desde entonces todos hemos pagado juntos por pecadores las culpas de un subdesarrollo perenne por autoría de oscuros intereses de imperios malucos y malvados. Nos han convertido en “vístimas”.
El errado pensamiento de una América latina víctima de guerras imaginarias y clases poderosas han forjado la aparición de personajes animados de ayer y hoy, denominados por Rangel como los buenos revolucionarios. Promotores y sponsors del populismo, el proteccionismo, el caudillismo y hasta del autoritarismo. Un vengador de los males recibidos al que hay que perdonarle todos sus exabruptos porque es el representante de la dignidad de un pueblo que defiende una “buena causa”.
Así a finales del siglo pasado y a comienzo del siglo XXI tuvimos una especie de chapulín colorado autóctono como la genuina representación del buen revolucionario. El resto lo ha venido haciendo la industrialización del Foro de Sao Paulo.
Hoy tenemos que reconocer que nadie ha sido tan mal jefe y mayor explotador de nuestra clase trabajadora que el Estado.
Cómo en todo capitalismo salvaje la recuperación económica es patrimonio exclusivo de pequeños grupos de simpatizantes de la dignificación siempre prometida a un pueblo que siempre es postergada por los malucos mencionados con anterioridad.
Y el dólar goleando a nuestro Bolívar. Y pensar que la historia podía ser otra, pero se votó por el buen revolucionario pensando, como buenos salvajes, que si ya estábamos tan jodidos las cosas no podían empeoraQuizás también hasta nos hubiera alcanzado para comprar la sede de un Mundial de Fútbol.
Por: Amos Smith