viernes, noviembre 22

Ladrón de cotidianidades

Yo describo al país de mi sobrevivencia extrema como una especie de parque temático dedicado al neorrealismo italiano. Aquella época de la postguerra de un país derrotado dónde comer tres veces al día era todo un lujo y conseguir el trabajo más humilde, todo un éxito de la vida. Un tiempo de grandes desigualdades sociales, desempleo y miserias.

Vidas sin realismos, ni soluciones mágicas, con dignidades oníricas y con ausencia de anestesia en cuanto de lo cotidiano se trata. Cómo hoy aquí pues.

Ladrón de bicicletas de Vittorio De Sica (1948) es el cenit del neorrealismo italiano. En ella a Antonio, mientras pega en la pared un anuncio de Rita Hayworth, le roban su bicicleta, requisito indispensable para su trabajo de colocador de anuncios. A partir de allí Antonio acompañado de su hijo Bruno, inicia un viaje hacia la incertidumbre en búsqueda desesperada de su herramienta de trabajo para mantener a su familia.

Allí los espectadores somos testigos de cómo la indiferencia de las autoridades, la desidia de la gente y el desaliento pueden conducir a un ser humano decente a actuar cuestionando sus propios principios éticos por desesperación, como intentar robar una bicicleta. Allí su hijo Bruno con sus ojos llenos de lágrimas representa la conciencia y a la vez esperanza de redención en una de las escenas más tristes que me ha tocado presenciar en el cine. Los hijos siempre son la fuerza para luchar por un mundo mejor. A pesar de todo lo maluco que abunda.

Claro que en esta tierra de Dios, a diferencia del neorrealismo italiano, sin necesidad de una confrontación bélica, un trabajo con un salario sin poder adquisitivo no ayuda a sacar adelante a una familia. Mucho menos una política social abundante en bonos que no alcanzan ni para una cestilla de mamones. Todo lo contrario del espíritu del personaje de Bruno es el hijo de un ministro de apellido afectuoso, nueva celebridad de las redes sociales que se jacta de la continuidad de una rumba que ya es legendaria apartando el triunfo de Lula en Brasil.

Me imagino que como la rumba del Caminito de Guarenas a ritmo de Billos Caracas boys, dónde como una hiperbólica parodia de Ladrón de bicicletas se robaron un metro completico y dejaron solo arcos de cemento como recuerdos de la hazaña.

Y así innumerables ejemplos a lo largo y ancho de la patria del neorrealismo latinoamericano, dignas de ser descritas cómo lo hace Eduardo Galeano en ese recorrido de miserias de Las venas abiertas de América Latina.

Pero tengo que decirles que lo peor que ha desaparecido con los intrincados sortilegios involucionarios, no han sido las mayores riquezas materiales de nuestra historia republicana.

Ha sido la desaparición de nuestra vida común. Nuestra certidumbre de algún rumbo cierto. Nuestra antigua plenitud de 15 y último. La sustracción de nuestra cotidianidad.

¿O será que tendremos que robarnos la vida cotidiana de otro?

Por: Amos Smith