Para los faraones, era la vida. En la actualidad, el Nilo sigue garantizando la supervivencia de millones de africanos, pero con el cambio climático, combinado con la explotación humana, comenzó la cuenta regresiva para el segundo río más largo del mundo.
En el delta donde el Nilo se funde con el Mediterráneo, el egipcio Sayed Mohamed podría ver desaparecer sus tierras.
Y en sus nacientes, en Uganda, Christine Nalwadda Kalema teme perder la electricidad que ilumina su hogar.
En el curso medio, en Sudán, Mohamed Joma está preocupado por sus cultivos.
«El Nilo es lo más valioso que tenemos, no debemos permitir que cambie«, lamenta este agricultor de 17 años, de la más joven generación de una familia de agricultores de la aldea de Alty, en el centro de Sudán.
La imagen del río de 6.500 km de longitud, celebrado como un dios en la época faraónica con sus falucas –los pequeños veleros de carga– papiros y mitos, ya no tiene nada de idílica.
La transformación está en curso. En 50 años, su caudal promedio bajó un 5 %, a 2.830 m3 por segundo, es decir casi 100 veces menos que el Amazonas.
El descenso podría llegar a un 70 % según las previsiones más pesimistas de la ONU, debido a la esperada reducción de las precipitaciones y unos episodios de sequía cada vez más recurrentes en África del este.
En el delta, el Mediterráneo avanza cada año desde la década de 1960 entre 35 y 75 metros. Si el mar sube un metro, se tragará 34 % de esta región y nueve millones de personas se verán obligadas a desplazarse.
Es el tercer lugar del planeta más vulnerable al cambio climático.
El lago Victoria, el mayor proveedor de agua del Nilo al margen de las precipitaciones, está amenazado a su vez por la falta de lluvias, la evaporación y los lentos cambios de inclinación del eje de la Tierra. Inclusive algún día podría hasta desaparecer.
Unas previsiones que agudizan el apetito de muchos y los intentos de capturar el caudal del río, construyendo represas que aceleran una catástrofe anunciada.
Desde el mar hasta su nacimiento, de Egipto a Uganda, varios equipos de AFP buscaron dar cuenta del debilitamiento de un río, cuya cuenca cubre 10% de la superficie de África y constituye un recurso esencial para 500 millones de personas.
Sumergida o envenenada
En la costa del delta, entre 1968 y 2009 el mar avanzó 3 kilómetros. Visto desde el cielo, con imágenes satelitales, los promontorios de Damieta y de Roseta desaparecieron.
Las olas alcanzan violentamente los cultivos, que se hunden inexorablemente. Los muros de hormigón levantados para protegerlos ya están parcialmente tapados por la arena y el agua.
El caudal del Nilo se debilitó, por lo que ya no es capaz de repeler al Mediterráneo, cuyo nivel se elevó, por el cambio climático, unos 15 centímetros en el siglo XX.
Y el limo, que durante milenios consolidaba el terreno y actuaba como una barrera natural, ya no llega al mar.
Esos sedimientos de tierra y de residuos orgánicos, en general arrastrados por las aguas y depositados en el lecho de los ríos, están bloqueados en el sur de Egipto desde que se construyó la represa de Asuán con el objetivo de regular las crecidas, en los años 1960.
Antes en cambio «había un equilibrio natural«, explica a AFP el jefe de la autoridad encargada de la protección de las costas, Ahmed Abdelqader.
«Con cada crecida, el Nilo depositaba sedimentos de limo, que desencallaban los promontorios de Damieta y de Roseta. Pero la represa perturbó ese equilibrio«, detalla.
Si las temperaturas siguen aumentando, las aguas del Mediterráneo, que continuarán cobrando volumen, avanzarán cada año 100 metros sobre el delta, según la agencia de la ONU para el Medio Ambiente (UNEP).
A 15 km de la costa en línea recta, el gran pueblo agrícola de Kafr Dawar -con sus casas de ladrillo rojo- todavía se conserva pero solamente en apariencia.
Sayed Mohammed, de 73 años y con 14 hijos y nietos a su cargo, cultiva maíz y arroz, en unos campos regados por canales de piedra situados entre el Nilo y una carretera en la que resuenan las bocinas de los autos.
Pero la sal del Mediterráneo contaminó numerosas hectáreas, debilitando sus plantaciones o matándolas. Los agricultores insisten en que las verduras ya no son de la misma calidad.
Para compensar los efectos de la salinización, hace falta más agua dulce en los campos y bombear más agua del Nilo.
Desde los años 1980, Mohamed utilizaba bombas que consumían mucho «diésel y electricidad, que costaban muy caras«. Gastos imposibles de asumir para la población de Kafr Dawar, asfixiada por la inflación y las devaluaciones, relata el agricultor.
En diferentes sectores del delta algunos campos de cultivo ya fueron abandonados.
En los últimos años este hombre se benefició de un programa de riego a base de energía solar, que busca aumentar la cantidad de agua dulce y, sobre todo, generar ingresos entre la población y evitar así el éxodo rural.
Gracias a más de 400 paneles financiados por la agencia de la ONU para la alimentación y la agricultura (FAO) en esa localidad, Mohamed está seguro de que cada día su media hectárea tendrá el agua necesaria.
Con la energía solar, «los agricultores ahorran un 50 %«, indica a AFP Amr Al Daqaq, responsable provincial del riego. Además, venden el excedente de la electricidad producida en sus tierras a la compañía nacional.
Aun así, ninguno de los descendientes de Sayed Mohamed tiene previsto continuar la explotación agrícola.
A largo plazo el Mediterráneo podría tragarse 100.000 hectáreas de tierras agrícolas en el delta, situadas a menos de diez metros por encima del nivel del mar, según la UNEP.
Una verdadera catástrofe para el norte de Egipto, de donde proviene entre 30% y 40% de la producción agrícola nacional.
Cortes frecuentes
En Egipto, un 97% de sus 104 millones de habitantes vive a orillas del río, ocupando menos del 8% del territorio.
A su vez, la mitad de los 45 millones de sudaneses viven en un 15% del territorio junto al Nilo, que garantiza 67% de los recursos hídricos del país.
En 2050, la población de esos dos países se habrá duplicado. Sus temperaturas serán entre dos y tres grados más altas que las actuales y el Nilo, por su parte, también habrá cambiado.
Las proyecciones del Panel de Expertos en Cambio Climático de la ONU (IPCC) vaticinan que, con el calentamiento global, en 2100 la cantidad de agua disponible por habitante se dividirá por cuatro.
Pero en los 10 países de la cuenca del Nilo también se depende del río para la energía.
Sudán obtiene más de la mitad de su electricidad de las centrales hidráulicas y en Uganda esa cifra se eleva hasta el 80 %.
Es gracias al Nilo que, desde 2016, Christine Nalwadda Kalema, una madre soltera de 42 años, puede alumbrar la tienda de alimentación y su casa, situada en un barrio pobre de la aldea de Namiyagi, cerca del lago Victoria, en el este de Uganda.
Pero esa electricidad, que cambió radicalmente su vida y la de sus cuatro hijos, podría no durar para siempre, comenta preocupado Revocatus Twinomuhangi, coordinador del centro sobre el cambio climático de la universidad Makererere.
«Si las lluvias escasean, el nivel del lago Victoria y, por ende, del Nilo, bajará. Esto reducirá la producción hidroeléctrica«, advierte.
De hecho, afirma el experto, «estos cinco o diez años hemos asistido a sequías más cercanas entre sí en el tiempo y más intensas. También a fuertes precipitaciones, a inundaciones y a temperaturas cada vez más altas«.
Según un estudio realizado en 2020 por seis investigadores de universidades estadounidenses y británicas -basándose en datos históricos y geológicos de los 100.000 últimos años- el lago Victoria podría haber desaparecido dentro de 500 años.
Pero a Kalema, que cultiva en su jardín bananas, café y mandioca para dar de comer a su familia, todos estos datos sobre el cambio climático le resultan abstractos.
Lo que ella constata cada día es que los cortes de agua son cada vez más frecuentes.
«A causa de los apagones, mi hijo casi ni puede hacer los deberes. Tiene que terminarlo todo antes de que caiga la noche, o estudiar con una vela«, cuenta envuelta en su atuendo hecho a base de telas estampadas, muy populares entre las tribus de Baganda y Basoga.
«Eso me cuesta mucho dinero, teniendo en cuenta de que yo soy la única que cubre las necesidades de mi familia«, prosigue.
Capturar el flujo
La vida sin electricidad sigue siendo el día a día para la mitad de los 110 millones de etíopes, a pesar de que el país registró uno de los crecimientos más rápidos de África.
Adís Abeba cuenta con su mega presa para remediar esta situación, incluso si debe pelearse con sus vecinos.
La gran presa del Renacimiento, cuya construcción se lanzó en 2011 sobre el Nilo Azul -que se une en Sudán al Nilo Blanco para formar el Nilo-, tiene un objetivo anunciado a largo plazo de 13 turbinas con una capacidad de generación de 5.000 MW.
Desde agosto, su embalse contiene 22.000 millones de m3 de agua de los 74.000 millones de su capacidad total.
Adís Abeba ya se enorgullece de contar con la presa hidroeléctrica más grande de África. «El Nilo es un regalo que Dios nos dio para que los etíopes lo utilicemos«, llegó a decir el primer ministro Abiy Ahmed.
Para El Cairo es una fuente de tensión que cuestiona un acuerdo concluido en 1959 con Jartum pero sin Etiopía, y que concede 66% del caudal anual del Nilo a Egipto y 22% a Sudán.
Para proteger este reparto, en 2013 los asesores del entonces presidente egipcio, Mohamed Morsi, habían propuesto en directo por televisión el bombardeo puro y simple de la presa etíope.
Hoy en día, el Egipto de Abdel Fatah Al Sisi sigue temiendo una reducción drástica del caudal del Nilo en caso de un llenado demasiado rápido de la presa.
El tema provoca debates en la propia comunidad científica. Algunos investigadores son acusados de exagerar las pérdidas hídricas de Egipto para justificar una intervención contundente en Etiopía, mientras que otros lo son de minimizarlas y de «traicionar» a su país.
En sus plantaciones, los agricultores egipcios ya han visto los efectos de la superpresa de Asuán sobre el limo que, como las presas hidroeléctricas construidas en Etiopía, Uganda o Sudán, retiene este valioso fertilizante natural.
Limo
En los exuberantes campos verdes de Al Jazira, donde cultiva pepinos, berenjenas y papas gracias a canales que nacen en el Nilo, Omar Abdelhay, constata que, con el paso del tiempo, el trabajo se vuelve cada vez más difícil.
Hace ocho años, cuando este padre de familia sudanés -cuya pequeña casa da directamente sobre el río- comenzó a trabajar las tierras familiares «había buen limo y el Nilo alimentaba adecuadamente nuestros cultivos«.
Pero poco a poco «el agua se aclaró y ya no contiene limo«, cuenta el granjero de 35 años.
Sumido en el marasmo político y económico, sacudido por golpes de Estado desde hace decenios o manifestaciones hostiles al poder militar, Sudán tiene dificultades para administrar sus recursos hídricos.
Cada año llueve intensamente, pero las precipitaciones no son necesariamente benéficas para los cultivos debido a la falta de un sistema de almacenamiento y de reciclado de las aguas pluviales.
Hoy el hambre amenaza a un tercio de la población de este país que fue durante mucho tiempo un actor importante en los mercados mundiales del algodón, el cacahuete y la goma arábiga.
Gracias a los pequeños canales de riego excavados en la época colonial, un pequeño caudal bastaba para que el agua entrara y alimentara sus tierras fértiles.
El sistema, que se iba a desarrollar con el gran plan de irrigación de Al Jazira, finalmente nunca vio la luz.
Los campos cultivados bajo la dirección del estado dirigista y clientelista del dictador Omar Al Bashir -derrocado en 2019- están abandonados. En cambio, las familias cultivan pepinos o pimientos en sus pequeñas parcelas.
Al igual que Sudán, los otros países de la Cuenca del Nilo -Burundi, República Democrática del Congo, Egipto, Etiopía, Kenia, Ruanda, Sudán del Sur, Tanzania y Uganda- están en la parte inferior de la clasificación sobre vulnerabilidad al cambio climático.
Para Callist Tindimugaya, del ministerio de Agua y Medio Ambiente de Uganda, «el impacto del calentamiento va a ser enorme».
«Si tenemos lluvias escasas pero fuertes, sufriremos inundaciones. Pero si nos enfrentamos a largos períodos sin precipitaciones tendremos menos recursos hídricos. Y no se puede sobrevivir sin agua», resume.
Por: Agencia