Una tarea que nos corresponde a quienes nos decimos revolucionarios y estamos en cargos públicos, es concretar la palabra servicio en la realidad diaria. En el espacio en que estamos. Donde nos corresponde ser útiles y dar fruto. Es decir, ver el funcionamiento, el beneficio que debe darse a los usuarios. Descubrir donde está nuestra organización respecto a los funcionarios y ciudadanos que demandan ayuda, apoyo y soluciones.
Alguna vez, lo dijo un gran colombiano, ser humano extraordinario, Jaime Bateman Cayón: solo aplicar en el diario la constitución es revolucionario. Es perfectamente comprensible para quienes ven el diario trajinar de la vida y no tienen solo la vista puesta en postulados y conceptos. En categorías muy alejadas que ignoran lo obvio de la vida normal, rutinarias del pueblo que lucha por sobrevivir, de las personas que buscan a ciegas el sustento diario con dolor. Que la gente pueda comer, vestir bien, tener sus derechos fundamentales garantizados, es revolucionario.
Por eso la tarea necesaria, no consiste nada más en decirlo, sino acompañar esas luchas, inventar, a cada momento, superar las «normativas», «los usos», que se hacen muchas veces para la trampa y la comodidad de los “funcionarios», los que se sienten eso, solamente eso y no servidores.
El funcionario suele ser un reyezuelo torpe, ridículo y pequeño. Se cree superior al ciudadano que es su mandante. Lo trata con desprecio y con aburrimiento, ignorando que su cargo es pasajero, que le corresponde sencillamente servir. Jamás con esta condición puede decirse revolucionario.
Podrá repetir bien a Gramsci, repetir El Capital y citar cada discurso de Chávez. Si no tiene sensibilidad por el sufrimiento ajeno, si no siente dolor por los hermanos migrantes y trabaja para cambiar la situación que la motiva, incluida la derrota de los apátridas que reclaman sin sentido común, «sanciones» para su propia patria, a potencias extranjeras. Sobre todo si no trabaja con entrega para ser eficaz, productivo, para resolver en medio de las dificultades, saltándose las normas de la burocracia, no para robar sino para resolver, para solucionar problemas y carencias de sus propios hermanos como razón fundamental. Quién no actúa en este camino, no puede bajo ningún concepto, llamarse revolucionario.
Nuestra tarea diaria debe ser revisarnos en la actitud desde nuestros espacios sobre la forma en que cumplimos con el mandato de servir. De ser útiles. Para ser además de revolucionarios, verdaderos Bolivarianos: “La verdadera grandeza está en ser dignos y útiles a la patria».
Por Francisco Arias Cárdenas