En los años sesenta del siglo pasado, a Clint Eastwood su productor le dijo que era un mal paso para su carrera de actor irse al sur de España a hacer el primer spaghetti western de una coproducción hispano-italiana-alemana, con el entonces desconocido director Sergio Leone, en una película amenizada con la música de Ennio Morricone llamada: Por un puñado de dólares. La primera cinta de la trilogía del dólar que lanzó a la fama mundial a Leone y esa música de viento, silbidos y flauta dulce de quién para mí es un genio a la altura de Mozart, Beethoven y afines. El maestro Ennio Morricone, sin él, los spaghetti western se hubiesen pasado de cocidos.
Bueno de Clint Eastwood, ya la mayoría de ustedes conocen de su trayectoria como actor y brillante director con su productora Malpaso Productions.
En por un puñado de dólares, Eastwood personifica a un misterioso “hombre sin nombre” que se involucra en una guerra entre bandas rivales en un pueblo de la frontera mexicana con el imperio gringo.
El protagonista es un vaquero antihéroe que nadie sabe lo que piensa, que no se va a morir de remordimiento por matar a sangre fría. Alguien que levanta una bronca si la paz no le interesa, siempre y cuando la guerra venga acompañada por unos dolaritos extras. En fin, una versión vaquera de los dueños de la kriptonita que inocula en el subsuelo la cotización de nuestra moneda nacional.
Por un puñado de dólares se distingue por su exagerada violencia, la falta de moralidad de sus protagonistas y sobre todo por las imágenes de esos rostros de miradas profundas en primerísimos planos. Es que pasa en las películas y por supuesto en nuestra economía.
Sino pregúntenle a los maestros, que después de tanto disgusto y protestas, han visto desaparecer el logro de su bono vacacional con el nuevo show cambiario de ese malvado dólar imperialista. Tanto luchar para morir en la orilla. Cómo es ya costumbre.
“No somos nada” cómo dice cualquier asalariado frente a la película repetida hasta el cansancio de las pompas fúnebres del poder adquisitivo. Todos viendo con miradas intensas en primer plano, en las redes, las cotizaciones de este sicariato programado para pagar con bolívares inorgánicos las deudas internas del Estado con los trabajadores públicos y financiar la propaganda de cosas que nunca se hacen, ni se van a hacer. El otro cuento vaquero en transición a leyenda urbana de un país que se está componiendo, a pesar del bloqueo, la guerra económica y las quejas de tanto malagradecido que no valora el esfuerzo para empeñar…. Perdón, empeñado en salvar a la patria.
Lo cierto es que el dólar no tiene techo y el salario mínimo se partió por la mitad y ahora está mucho más lejos que nunca de una cesta básica para una familia de cinco personas que anda por los 470 dólares al mes. Por ahora pues.
Eso sí. El bolívar lo que tiene es un sótano de varios pisos para hacer espejismos con la medición de su mejoría.
En el 2014, el heredero del mayor disparate histórico de una nación forjada por una tradición de malas decisiones, solo ha atinado en una sola frase lograr reflejar nuestro sentimiento nacional cuando anunció la convocatoria a todos los economistas del país para el enésimo lanzamiento de un plan de recuperación económica. Así sucedió que el heredero obrero, ante la sempiterna escasez de argumentos razonables, por primera vez, como un ateo apuradito por las circunstancias se acogió a una solución celestial.
“Dios Proveerá”.
En el Coronel no tiene quien le escriba de Gabriel García Márquez, un anciano coronel con su esposa, arrinconados por el hambre y la necesidad en un pueblo lleno de “Casas muertas”, ha esperado la llegada de la asignación de su pensión a lo largo de 15 años. Claro que por estos lados, ante tanta incertidumbre, una pensión ya no califica precisamente como una esperanza de sobrevivencia. Pero la inquietud y el reclamo de la esposa del coronel y la respuesta de éste se parece tanto a la realidad que se les viene encima a nuestros ciudadanos de bolivitas.
El realismo mágico también acontece en la vida de verdad.
“La mujer se desesperó. _ Y mientras tanto qué comemos- preguntó. Y agarró al coronel por el cuello de franela. Lo sacudió con energía._ ¿Dime qué comemos? El coronel necesitó setenta y cinco años –los setenta y cinco años de su vida, minuto a minuto – para llegar a ese instante. Se sintió puro, explícito, invencible, en el momento de responder. _ Mierda”.
Gracias por nada a todos los hombres sin nombre autores de esta infamia.
Y todo por un puñado de dólares.
Por: Amos Smith