domingo, noviembre 17

La victoriana reforma de la Ley de ejercicio del periodismo

La historia registra unos hechos que enseñan mucho a los ciudadanos de cualquier país que aprecie la libertad. Siempre se ha dicho que los pueblos que desconocen su historia y la del resto del mundo, tienden a caer en la repetición de hechos muy lamentables del pasado. A propósito de esta reforma que pretenden realizar a la Ley de Ejercicio del Periodismo la antidemocratica e ilegítima Asamblea Nacional de Venezuela, vienen a mi mente algunos hechos del pasado que es necesario refrescar.

En la llamada época victoriana de Inglaterra, que no es otra cosa que la etapa que cubrió el reinado de la reina Victoria que duró unas tres cuartas partes del siglo XIX, pues ascendió al trono cuando contaba 15 años y murió a los 90. Algo así. Entonces, la mayor parte de las coronas europeas, continente donde aún hoy día los reyes son vistos como los seres más cercanos a Dios, el chisme en torno a las estridencias maritales que sucedían en los palacios, ocupaba espacios de los pocos medios que existían en la época: panfletos, postas, los libros y el teatro que era muy cultivado, sobre todo en Inglaterra, la tierra de William Shakespeare, quien escribió cientos de obras de teatro entre las que destacan Romeo y Julieta y El Mercader de Venecia , para nombrar sólo dos de las más célebres. . Los reyes, al llegar al poder se dedicaban a darle rienda suelta a sus libidinosas pasiones y se creían dueños de todas las mujeres.

En estas andanzas se olvidaban que tenían unas esposas o reinas que «necesitaban» de sus esposos quienes las tenían relegadas en el plano sexual, y éstas buscaban consuelo hasta en los sirvientes del palacio o cualquier jefe de segunda categoría de la seguridad del predio palaciego. Esa era una verdad que era recogida en esos pocos medios y en el teatro en los cuales ridiculizan a los reyes y a las reinas. La reina Victoria, con apenas 15 años se había desposado con el Príncipe Alberto (si mal no recuerdo) y este le metió la tontería de nueve muchachos.

Ella estaba muy lejos de parecerse al resto de las reinas del continente y de quienes la habían precedido. Era una mujer muy pudibunda y dedicada a sus obligaciones de la corona y a su marido. Pero temiendo que la fueran a comparar con las demás reinas cuyas historias de desamor e infidelidad pululaban en la realeza y en la plebe, solicitó a la Cámara de los Lores una ley para regular los contenidos de los medios de ese momento y evitar que se fueran a referir a ella como lo hacían con las demás.

Los Lores fueron mucho más allá de la solicitud victoriana y se pusieron a revisar hasta la última obra del padre de las letras inglesas que habiendo sido escritas unos 200 años atrás, eran conocidas por cualquier inglés medio. De ellas ordenaron suprimir cualquier línea de texto que medio tocará la situación que era conocida por todos. Los libros de los autores franceses, que eran prolíficos, no podían pasar rasos. Ni la sagrada Biblia se salvó de la tijera lorera, y la parte del Genesis referida a la  esposa de Lot con sus dos hijas y éste,  a quien unos ángeles les anunciaron que abandonaran la ciudad (Sodoma) pues por sus perversiones recibiría el castigo del cielo.

Ellos, así lo hicieron según el relato, pero la mujer recibió el consejo de no mirar atrás como añorando lo que dejaba. Curiosa, como toda mujer, no resistió la tentación de voltear cuando subían la montaña y Sodoma comenzaba a ser destruida e incendiada por la furia del cielo, y quedo convertida en una estatua de sal. Pues, esta parte fue ordenada se suprimiera porque relataba cómo las hijas de Lot, procedentes de una ciudad tan pervertida como Sodoma y su vecina Gomorra, llegaron a una zona montañosa donde abundaban las vides e hicieron vino, dieron de tomar a su padre y borrachos todos tuvieron relaciones incestuosas y parieron de su progenitor.

He apelado a esta historia porque quiero calificar a esta reforma que ha planteado la Marabunta revolucionaria de la inefable Asamblea Nacional como una victoriana reforma de nuestra Ley de Ejercicio del Periodismo, igual que lo hicieron hace más de una década con la tristemente célebre Ley de Responsabilidad Social de Radio y Televisión , mejor conocida como Ley Resortes.

Aquí no hay otra intención que no sea la de terminar de cercenar lo que queda de libertad de expresión en Venezuela, derecho consagrado en los artículos 57 y 58 de la Constitución de la República. Recordemos a ese lamentable ser, periodistucho o foliculario, lamentablemente periodista, metido como caballo de Troya en las entrañas de Radio Caracas Televisión, Andrés Izarra, quien promovió la tesis de la hegemonía comunicacional del régimen para lograr el control total de la información. Olvidémonos que se tratará de adecuar ( algo necesario) la ley a la revolución tecnológica que cada día trae cambios impensables y a lo cual tenemos acceso.

Este de Maduro, es un régimen totalitario que quiere el control total de la sociedad y que ya ha anunciado, y lo harán, para buscar controlar las redes sociales porque estas son el principal vehículo de comunicación de los venezolanos y de todos los ciudadanos del mundo. Para nada tendrán el propósito de los congresistas norteamericanos cuando aquel 15 de noviembre de 1791 realizaron la Primera Enmienda a su Constitución pero no para controlar a nadie sino para blindar nada más y nada menos que la libertad de expresión y la libertad religiosa.

Esa enmienda garantizó que hasta el fin de los tiempos «el Congreso de los Estados Unidos no puede crear ninguna Ley que establezca religión oficial o prohibir el ejercicio de una religión en particular». Y lo que más nos interesa en nuestro caso, esta enmienda protege la libertad de expresión, de prensa, de reunión, y el derecho de solicitar al gobierno compensación por agravios. Yo he escrito en muchos de mis artículos, cuando he tocado aspectos de la gran nación del norte, que yo soy un pitiyanqui y a mucha honra lo proclamo. Admiro a esa sociedad que decidió ser libre y ha basado su progreso y desarrollo en el imperio de la justicia cuyo brazo alcanza hasta el hombre más poderoso de la nación, que es el Presidente. Aquí, en Venezuela, está arrodillada.

 

Por Emiro Albornoz