“El que sabe, no dice. El que habla, no sabe”. Proverbio de Oriente.
La religiosidad es una necesidad humana porque requerimos de un Creador para entender el misterio de la vida con todas sus vicisitudes, y de manera muy especial, el inexorable fin terrenal. La razón siempre estará a la saga de la fe. “Es, pues, la fe la certeza de lo que se espera, la convicción de lo que no se ve”. Hebreos, 11.1. Esa “convicción de lo que no se ve” es un acto de esperanza permanente para el creyente. Incluso, para el creyente escéptico y el que duda. Porque no hay contradicción entre fe y duda.
Los Salmos bíblicos son una poesía desesperada de gente afligida en la Tierra como “Valle de Lágrimas” bajo el imperio de la maldad e iniquidades de unos hombres contra otros hombres. Las víctimas y explotados por ésta injusticia terrenal, manifestada socialmente, claman por Dios buscando su compañía y cobijo para que desde su poder sobrenatural les redima bajo la premisa de recuperar una dignidad ultrajada. “Jehová, Dios de las venganzas, Dios de las venganzas, muéstrate. Engrandécete, oh Juez de la tierra; Da el pago a los soberbios. ¿Hasta cuándo los impíos, Hasta cuándo, oh Jehová, se gozarán los impíos? ¿Hasta cuándo pronunciarán, hablarán cosas duras, Y se vanagloriarán todos los que hacen iniquidad? A tu pueblo, oh Jehová, quebrantan, Y a tu heredad afligen”. Salmos 94.
La confianza en que: “Dios con nosotros” no sea un simulacro va a depender mucho de la autenticidad de nuestros actos. Y aquí, el sacerdote jesuita Anthony de Mello (1931-1987) nos introduce el indispensable concepto de “vivir despiertos” ya que en realidad la humanidad entera lo hace estando dormida y a espalda de los mismos preceptos del Cristo que tanto invocamos sin reparar en su revolucionaria propuesta de salvarnos primero aquí en éste mundo antes de arribar a los cielos.
“La espiritualidad consiste en ver las cosas, no a través de cristales de color, sino tal como son. La espiritualidad ha de nacer de ti mismo; y cuanto más seas tú mismo, serás más espiritual”. Anthony de Mello.
La cultura, la educación, los idiomas, la familia, la patria, las costumbres y demás hábitos humanos no son más que “programaciones” impuestas socialmente desde que nacemos y terminan siendo la dictadura de una ceguera creyendo que estamos despiertos. Vivimos prisioneros de grandes inseguridades y es el miedo la sustancia primordial de la existencia. Miedo a fracasar; miedo a no ser libres; miedo a no ser felices; y sobretodo, miedo a vivir con plenitud. Y éste miedo, nos lleva a los deseos como apegos, y en ellos reside la médula del sufrimiento humano: a vivir auto-engañados, siendo la mente la principal causa de todo nuestro infortunio a través del yo.
“Despertarse es la espiritualidad, porque sólo despiertos podemos entrar en la verdad y descubrir qué lazos nos impiden la libertad. Esto es la iluminación. Es como la salida del Sol sobre la noche, de la luz sobre la oscuridad. Es la alegría que se descubre así misma, desnuda de toda forma. Esto es la iluminación. El místico es el hombre iluminado, el que todo lo ve con claridad, porque está despierto”. Anthony de Mello.
Por Ángel Rafael Lombardi